27 de mayo de 2015

Los clavos de Pablito



Pablito clavó un clavito ¿Que clavito clavó Pablito? Este trabalenguas me fue planteado casi al terminar mi infancia y  convencido y orondo, lo recité desde la vanidad y por eso, mi ego se desinfló ante las risas que provocaron mis varios intentos fallidos.
 
Me sorprendió la rebelión de mi lengua ante tan sencillo enunciado lo cual me hizo sospechar que un sortilegio lo protegía, así desde entonces y a través de los años he perseguido su secreto significado. Palabra por palabra, aunque sin orden, entendí o reemplacé hasta lograr abrir ese portal.

Desde un principio pensé que los diminutivos servían a la rima y no a la realidad, o sea: Pablo clavó un clavo ¿Quién podría ser ese Pablo que atravesaba las edades por clavar un clavo? Pensé en San Pablo pero no lo pude relacionar con ningún clavo y entonces recordé clavos famosos como los de la cruz de Cristo y me pasó lo contrario, no encontré a un Pablo cerca.

Durante largas épocas la duda quedaba olvidada hasta que algún nuevo conocimiento la reanimaba inundando mi atención. El primer indicio, apenas sospechado como tal, fue el enterarme que la caza de brujos y hechiceras tuvo su período culminante durante la Edad Media en el centro de Europa.

Proliferaban los libros sobre brujería y aquéllos, los brujos, eran literalmente cazados por la justicia común bajo la presión de la histeria de la gente en general. Tanto simples ladrones como diabólicas hechiceras eran procesados y, generalmente hallados culpables. Se procedía para ello con diversos métodos de tortura y si sobrevivían a ésta, los esperaba la llana ejecución.

Buscando coincidencias, sobresalió la “Doncella de Hierro” que apareció por primera vez en Núremberg, Alemania. Se trataba de un pesado sarcófago vertical de hierro, hueco, con el frente conformado por dos puertas. Tanto éstas como el espaldar tenían diferentes agujeros en donde se fijaban clavos que podían tener diferentes grosores y largos, según el suplicio que se le quisiera dar a la víctima.

Quizás como burla o buscando la salvación del condenado, el artilugio ostentaba la hermosa cara de una doncella quien, muchos decían, se trataba de la imagen de la mismísima Virgen María. Como un rompecabezas, todas las piezas se unieron al enterarme que el más famoso verdugo del lugar se llamó Paul (Pablo, en alemán) de Kaufungen. Éste se había enriquecido, no por su salario al servicio de la muerte, sino por su manejo de los clavos de la “Doncella” y las apuestas que generaba. En efecto, este medio de tortura siempre terminaba con la vida exangüe del desgraciado en un lapso de entre dos a cinco días. Sin embargo, ningún clavo debía afectar a un órgano importante que acelerara el proceso.

De allí el arte de Paul, quien desclavando algunos o martillando sin piedad otros, acertaba con la muerte a los días apostados. Tanta fue su fama, que quedó inmortalizado y escondido en el inocente trabalenguas, perpetuando de esa manera su horrible significado a través de las generaciones.


Carlos Caro

Paraná, 4 de mayo de 2015
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