Soy parte de una tribu
perdida, sometido como aquellas de Israel. Sin tierra prometida, no tengo más
guía que mis sueños, mis anhelos y mi corazón. Anclado a la mesa miro el jardín
y la fantasía me lleva a recorrer el mundo, como así también mi interior. En él
reencontré a mi alma y en el orbe a otros que comparten esta locura, esta fiebre
que no cesa y estas ansias que me consumen.
Mi instinto me lleva a
divagar sin ni siquiera conocer la dirección ni los motivos, por eso me someto
a la guía de maestros y a los consejos
de amigos. Sus visiones distintas, aun las sutiles o sin ciencias, me
sorprenden y castigan mi vanidad. Me muestran tan diferentes puntos de vista
que, maravillado, me obligan a la humildad.
Los recorro como si
fueran versiones paralelas, divergentes o, como un brote inesperado, que crece
desde el tronco que he plantado. Las reflexiones consecuentes a veces me aturden,
otras, me confunden, pero siempre me enseñan.
Nunca imaginé un epílogo
como este para mi vida. Ella se fundamentó en el cariño y en el dolor, en la pericia
y en el oro. ¿Cómo pensar que el desastre me haría recalar en esta tranquila
costa? Tuve que atravesar el desánimo, la alienación y la pesadumbre para
llegar aquí.
Me creí perdido,
terminado, y que mi futuro sería una lenta agonía que se iría apagando como una
vela sin despabilar. Sin embargo, afectos cercanos rescataron mi mente y me
impulsaron a este renacer.
Ahora vago feliz entre
diferentes soportes, sin esperar nada del papel. Puedo expresar al fin lo que
nunca pude decir. Puedo olvidar la timidez de mi lengua y superar las
limitaciones que, inútiles, creen ser los barrotes de mi prisión.
El pasado yace pisado.
Inconsciente, lo he expurgado de lo malo y, con un brillo cegador, recuerdo
solo lo bueno. En él, abrevo como si hubiera durado eones de tiempo y lo
reflejo en mil cuentos. Esos, que al son de la musa, escribo con desespero y
obnubilado, tanto de noche como de día.
Esta pasión, como
aquella del amor, hace resplandecer cada momento postrero, y siento que así, ambas,
explican aún mi presencia.
Carlos Caro
Paraná, 6 de junio de
2015
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Me ha emocionado tu cuento, Carlos. Detrás de tan bellas palabras se nota que hay mucho corazón. Mis felicitaciones y un abrazo
ResponderEliminarCreo que cualquiera que escriba comparte esta locura. Gracias Ana, un beso
EliminarObnubilado estás amigo mio¿Pero quién de los que escribimos no sufre de esa dulce enfermedad?
ResponderEliminarSí, obnubilado, loco y dulce enfermo. Ya no podría vivir sin ella.
Eliminar"Pasión de atradecer":relato de antinomias:dolor y pasión!!.Juegos entre sentires y emociones tan dispares!, pero desenlace jubiloso:la pasíon se impone!. Y llega de "mano" de la escritura , que le "abre" puertas ala "pasión de vivir"!!. Bellísimo relato y de sensibilidades que sólo la sabiduría del vivir, nos puede revelar!!.
ResponderEliminarLas antinomias son la razón de este cuento y, como dices, las pasiones son por vivir. Un beso.
EliminarCuando la escritura tornáse parte de la existencia de uno mismo, es pasión y necesidad que se unen al unísono!! Muy gratificante tu relato, Carlos!! Conmovedor!!
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